lunes, marzo 14, 2005

Día de pesca

Por más años que pasaban Carolina no conseguía acostumbrarse a la ciudad. Su tristeza era mayor a medida que pasaba el tiempo, en la misma proporción en que las visitas a su pueblo natal eran menos frecuentes. Había ido cambiando los fines de semana por los puentes, y estos a su vez por las vacaciones. Ahora apenas podía ir los primeros quince días de julio, aquella quincena mágica, que todos los años su padre le reservaba para acampar en la rivera y tratar de sacar una trucha que les sirviera de cena.
Carolina no sabía pescar, ni siquiera tenía licencia, pero para ella bastaba con sentarse a coger flores y darle conversación a su padre. Si éste le dejaba sujetar la caña, Carolina podía sentir como la corriente movía el cebo de un lado a otro, y si en algún momento sentía picar algún pez, o creía que picaban, tiraba con todas sus fuerzas, que eran pocas, de aquello que le triplicaba la estatura. Unas veces acababan en el río, otras, perdían anzuelo y plomos en alguna rama cercana, pero para Carolina, nunca habrá cena más sabrosa que aquella pequeña trucha que no daba ni la medida, rellena de panceta, que compartía con su padre bajo el estrellado cielo de verano.

3 Comments:

At 10:02 p. m., Anonymous Anónimo said...

Yo tb pescaba con mi padre y luego me revolcaba por el rio sin importarme q se me calaran de agua hasta las bragas... jejej
la niñez es asi de inocente
PATRY

 
At 11:57 p. m., Blogger Saruka said...

Es cierto, y ahora me doy cuenta de que a medida que fui creciendo, me fue dando más pereza aquello, no era consciente de que eran minutos de la más pura felicidad. Hay que conservar algo de inocencia, algo de eso que les da a los niños tanta energía; vitalidad.

 
At 8:04 p. m., Blogger Miguel K. Stobbs Serrano said...

Tod@s deberíamos tener un poco el síndrome de Peter Pan...por cierto, sí queréis sentirlo, aunque sean 2 horitas, id a ver Finding Neverland...si no lloráis con el final sóis de piedra.
Un beso.

 

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