jueves, agosto 25, 2005

Historia de un momento

Llevaba en la estación más de 10 minutos, aunque le parecían 10 horas; odiaba que la gente llegase tarde; odiaba esos momentos en los que no sabía qué hacer; esos momentos de mirar el reloj, pasear, levantar la vista al cielo o fijarse en cualquier coche que cruzase la avenida, mientras todo eran saludos entre grupos y parejas alrededor.

Pero tenía que comprender que el trabajo no acaba cuando una quiere. Ella sabía que, tarde o temprano, Jaime aparecería. Nunca le había dado plantón, pero solía aparecer con bastante retraso: el trabajo, el tráfico, los compromisos familiares… pero ese día no había excusa: era jueves, luego ni trabajaba turno doble, ni debía cuidar a ningún familiar, pues toda su familia había ido a pasar unos días al campo. Además, esta vez Jaime viajaba en tren, así que tampoco podía ser el tráfico. ¿Qué podía estar reteniéndolo? ¿Qué en todo Madrid la separaba de sus brazos?

Carmen miró el reloj una vez más: las 8 de la mañana. Comenzó a impacientarse. Jaime acababa el turno a las 7, y solía quedar con ella a las 7:45 para desayunar y dar un paseo antes de que ella entrase a trabajar. Eran horarios bastante difíciles de combinar, pero se las arreglaban para sacar algunos momentos; es lo que tiene el amor: lo prefieres antes que dormir, antes que comer… lo prefieres antes que cualquier cosa. Como Jaime no aparecía, Carmen decidió llamarle: “Teléfono apagado o fuera de cobertura”. Qué extraño. Jaime nunca apagaba su móvil, y en Madrid era prácticamente imposible encontrar un lugar sin cobertura. ¿Se le habría estropeado? Lo intentó de nuevo y le sorprendió aún más el aviso que escuchó: “Línea saturada”. ¿Línea saturada? Pero… ¿cuánta gente podía necesitar llamar por teléfono a las 8 de la mañana? Pronto halló su respuesta.

Mientras desayunaba el café con leche y el croissant con mermelada de melocotón de todos los días, los gritos y exclamaciones del resto de clientes de la cafetería le alertaron. Todos miraban el televisor, estremecidos. Medio dormida, Carmen se giró para ver qué era tan sorprendente. En un instante palideció, comenzó a temblar y se echó a llorar mientras devolvía lo poco que había desayunado entre arcadas y suspiros, y deseó que Jaime hubiese tenido doble turno o que su abuela necesitase que él la llevase al médico, o que el tráfico retuviese su coche en plena Plaza de Cibeles. Pero sabía que nada de aquello era así. Tardó en levantarse, pero necesitaba estar lejos de aquella mesa, de aquel lugar, de aquella imagen… de la realidad que estaba viviendo. Echó a correr calle abajo y enseguida no pudo más. Y por fin, sentada bajo los árboles de un pequeño parque, contempló la memoria de llamadas de su móvil…

Números marcados: Jaime móvil 8:04 11/03/04

... y sintió que moría.


PÁSALO